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Atánquez, donde las mochilas cuentan lo que la historia calla

En la imponente Sierra Nevada de Santa Marta, donde el frío de las montañas heladas se encuentra con el calor del Caribe, Atánquez resiste con cada hilo tejido. Este resguardo indígena de los Kankuamos ha hecho de la mochila no solo un arte, sino un símbolo de identidad, memoria y subsistencia.

En sus calles empedradas, el tejido es una constante, la lana de oveja cuelga en los antejardines y las familias se reúnen bajo la sombra de los árboles para trabajar juntas. Tejer es una práctica cotidiana, casi un ritual. «Por lo menos acá es un modo de vida», manifiesta Magnolia Corzo, de 32 años, quien ha tejido desde que tiene memoria. Para ella, el proceso empieza con el lavado y secado de la lana, que luego se trenza en la carruncha antes de dar vida a las figuras geométricas que decoran cada mochila.

El tejido, sin embargo, es mucho más que un oficio en Atánquez. En cada puntada está la historia de un pueblo que ha enfrentado violencia, desplazamiento y despojo. Durante las décadas de los 80 y 90, cuando el conflicto armado marcó a fuego el territorio, los Kankuamos encontraron en el tejido un refugio frente al miedo. «Yo no dormía en esa época, pero tejer me relajaba», confiesa Mercedes, una habitante que recuerda aquellos días de incertidumbre, cuando salir de casa podía significar no regresar.

La violencia obligó a los hombres a tomar la aguja, tradicionalmente reservada para las mujeres. “Era lo único que podíamos hacer sin salir de casa”, cuentan los habitantes. Así, lo que era una práctica femenina se convirtió en una actividad colectiva, una resistencia silenciosa.

Hoy, la mochila Kankuama es mucho más que un objeto funcional. Es un vehículo de la memoria, un lienzo donde se plasman la cosmovisión y los valores de esta comunidad ancestral. Cada figura geométrica representa su conexión con la Madre Tierra, mientras que la venta de estas piezas asegura el sustento de más de la mitad de los cinco mil habitantes de Atánquez.

Crispín Torres, cabildo menor, reconoce la importancia de esta tradición para la economía local. «La crisis del café y del agro nos ha hecho tejer más», comenta, refiriéndose a cómo los precios bajos y la falta de incentivos han afectado otras formas de sustento. A pesar de ello, las mochilas han mantenido a la comunidad a flote, convirtiéndose en una economía solidaria donde cada venta beneficia a múltiples familias.

En cada casa, en cada esquina, hay alguien tejiendo. Es un acto que trasciende lo material y se convierte en una forma de preservar la identidad. A pesar de haber perdido su lengua ancestral, sus vestimentas tradicionales y muchos de sus rituales, los Kankuamos han logrado reconstruir su identidad. Su lucha por el reconocimiento como resguardo indígena, alcanzado en 2003, es una prueba de su resiliencia. 

Pues aunque el tejido fue motivo de señalamiento durante los años de violencia, cuando la guerrilla y el paramilitarismo asolaron la región, hoy es un emblema de resistencia. Las mochilas, que cargan el pensamiento kankuamo en cada hilo, han conquistado mercados y corazones más allá de Atánquez, llevando un pedazo de la Sierra Nevada al mundo. 

Para quienes quieran adentrarse más en esta historia, el microdocumental “Memorias tejidas: el legado de los Kankuamos” ofrece un recorrido visual por la vida y las tradiciones de esta comunidad. Con imágenes y testimonios, revela cómo el tejido ha sido la columna vertebral de un pueblo que se niega a olvidar, incluso cuando el pasado duele.

Tejer en Atánquez no es solo una actividad económica ni un pasatiempo; es una declaración de existencia. Es la manera en que los Kankuamos se aferran a su cultura, transforman el dolor en arte y convierten cada mochila en un mensaje para quienes las portan: aquí estamos, seguimos resistiendo.

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