Son las 11:45 p.m. En el parqueadero de un Oxxo en la vía del anillo vial, empiezan a llegar carros antiguos con luces LED, música alta y motores que rugen más de lo habitual. No hay carteles, permisos ni reglas oficiales. Basta una seña entre los competidores y la carrera inicia. Así comienza una noche más en el mundo de los piques ilegales en Bucaramanga un escenario oculto, clandestino, pero sorprendentemente organizado.
Lo que ocurre en las madrugadas de algunos fines de semana no es solo una muestra de velocidad. Es también una red social, una comunidad que gira en torno a una pasión compartida: los carros. Las carreras, que pueden llegar a reunir hasta 50 vehículos, están marcadas por la informalidad, pero también por códigos internos, apuestas y una clara logística detrás del volante.
Mazda 323, Renault 9, Nissan Sentra, Chevrolet Sprint, son modelos de los carros que han sufrido modificaciones para ser aptos en competiciones. Nitros, escapes abiertos, rines especiales y suspensiones bajas transforman estos carros en máquinas de alto rendimiento. “
Aquí lo que importa es el amor por el motor. No tenemos plata para carros nuevos, pero sí para meterle corazón y mecánica a los nuestros”, dice Sebastián Barajas, apodado El Rayo.
La preparación no empieza con el sonido del motor. Horas antes de cada carrera, muchos se congregan en puntos ya conocidos. El más habitual: el Oxxo del anillo vial. Allí intercambian consejos de mecánica, recuerdan carreras pasadas y entregan tarjetas con el logo del grupo que los reúne: Mafia Racing.

Este colectivo, que reúne a más de 100 miembros en un grupo de WhatsApp, coordina horarios, rutas, videos y hasta recolectas solidarias. “No somos criminales. Queremos que esto algún día sea legal, con pista, reglas y seguridad”, afirma Barajas.
Aunque los piques operan al margen de la ley, tienen su propio sistema de normas internas. Según varios corredores, si alguien sufre un accidente y no recibe ayuda de su oponente, este último queda excluido de futuras competencias y del grupo. También existe una regla tácita respecto a los peatones: si hay mucha presencia de personas, se suspende la carrera por seguridad.
El riesgo, sin embargo es alto, pero ellos deciden tomarlo y vivir esta experiencia al máximo.
“No somos locos sin conciencia. Sabemos que esto es peligroso. Pero es la única forma que tenemos de vivir lo que nos apasiona”, dice Jonatan, otro de los participantes.

Dentro del grupo de corredores clandestinos, existen personas encargadas de realizar las modificaciones a los carros, desde ajustar el motor hasta instalar luces y rines personalizados. Es el “mecánico de confianza” de todos.
Correr, pero también ayudar
La imagen pública de estos corredores suele centrarse en la ilegalidad. Sin embargo, ellos insisten en que su grupo no es solo velocidad y ruido. Mafia Racing también ha liderado campañas sociales, como entregas de mercados y regalos de Navidad en barrios vulnerables. “Eso no lo ve nadie. Solo se quedan con que corremos, pero también ayudamos”, agrega Sebastián barajas.

Una pista, un sueño
El deseo de estos corredores es claro, la legalización. Piden un espacio adecuado para competir de manera segura y responsable.
“Si nos dieran una pista, se acabarían los piques en las calles”. Muchos aquí somos trabajadores, estudiantes, mecánicos. Solo queremos correr sin poner en riesgo a nadie”, concluye Jonatan.
Mientras la ciudad duerme, ellos corren con sus carros modificados, pero sueños intactos. En ese límite entre lo legal y lo marginal, los piques ilegales siguen rugiendo en las noches de Bucaramanga. La sociedad los juzga, pero ellos insisten en que solo piden una cosa: ser escuchados y comprendidos ante la sociedad, que vean esto como algo positivo para las personas que les apasiona los autos y las carreras.
