En un espacio donde se crea arte, un grupo de jóvenes ensaya una escena que aún no tiene final. Afuera se escuchan risas y el eco de una guitarra en el pasillo. Adentro, cada gesto es ensayo, cada error es parte de la obra. Así es la Escuela Municipal de Artes (EMA): un lugar donde el arte no espera aplausos, se vive en presente.
Aquí se muestran las voces, miradas y gestos de quienes hacen arte dentro de las aulas y pasillos de la EMA. No es un homenaje institucional ni una vitrina de talentos acabados. Es una muestra viva de lo que se forma cuando el arte es cotidiano: el sudor, la inspiración, el ensayo, la frustración y la alegría compartida.
Donde el cuerpo aprende a contar
Osbert Sarasa, malabarista y actual estudiante de teatro, lleva diez años conociendo los procesos de formación artística en la EMA.
“Hace 10 años, si no estoy mal, se llamaba Centro Cultural del Oriente y estaba iniciando la EMA. Estuve en el primer grupo, con el profe con el que estoy hoy también”, menciona.
De hecho, el nombre del lugar: Centro Cultural del Oriente, nunca cambió. Allí, entre sus paredes funciona La EMA, como una propuesta de formación artística pública.
Aunque estudió una carrera profesional por cinco años, Sarasa regresó al teatro impulsado por una necesidad que no pudo ignorar “Me frustré porque no…desde un principio dije ‘yo quiero ser malabarista’ y me dediqué netamente a eso.” afirma.

El profesor Javier Guevara, quien estuvo en el primer grupo de formación, recuerda: “Inicié como profesor de circo hace un poco más de 10 años. En ese tiempo solo había talleres de formación artística.”
Esos primeros talleres fueron la semilla de lo que hoy es la EMA: un espacio que se consolida a partir de procesos pedagógicos mejor estructurados, pero que aún conserva el espíritu de exploración, error y pasión. Lo que empezó como un experimento se ha convertido en una comunidad viva, donde los jóvenes no solo aprenden técnica, sino que construyen identidad.

No todos los estudiantes perciben el arte, únicamente como una pasión personal. Algunos lo entienden como una herramienta para transformar lo social. Juan, estudiante de teatro, lo expresa con firmeza:
“Yo creo profundamente en el papel de la cultura y el arte para la transformación y para la formación de la sociedad. Desde el 2022 estábamos intentando generar una asamblea para el movimiento estudiantil. Aquí en la plaza la estamos llenando todos los viernes de cultura, de artes, los cuales se llaman ‘Viernes de EMA’, con el fin de mostrar el arte y hacer que la gente venga acá y conozca que en esta casa amarilla se hace arte.”
La EMA se ha convertido en escenario, galería y lugar de encuentro. No se trata solo de visibilidad, sino de apropiación. “La casa amarilla”, como le dicen con afecto al Centro Cultural del Oriente, es más que una sede: es territorio cultural en disputa y construcción constante.
Cuando el ritmo se convierte en voz
Los ensayos no siempre suenan armónicos. A veces hay errores, frustraciones, pausas incómodas. Pero también hay momentos donde el ritmo se alinea, la melodía fluye y todo parece tener sentido. Esos pequeños instantes son los que alimentan el proceso.
“Sentí que tenía un bloqueo, me salía de los ritmos, me salía de tiempo… Estaba perdido. Pero se pudo superar. Mi primera presentación con la EMA me dejó marcado como artista en la música, por el sentimiento de estar ahí presentándome. Y decir: lo logré.” Afirma Edwin, estudiante de la Escuela Municipal de Artes.
No todos los aplausos se escuchan al final de la obra; algunos están dentro. En la EMA, cada ensayo es también una prueba emocional, un aprendizaje corporal, una lucha interna contra el miedo.
Soñar con el cuerpo duele
Para muchos jóvenes, la danza no es solo una disciplina, es un sueño que duele y exige. Así lo expresa la estudiante Jessica Gómez:
“Es un sueño para mí poder estar bailando, interpretar. Creo que es una forma de expresarse y realmente me encanta. Pero, ser artista es bastante frustrante. Es un camino bastante difícil, no lo voy a negar. Te frustras mucho y no hay mucha salida para un artista, así que surgir en esto es bastante complejo y para nada fácil.”

Detrás de cada ensayo, de cada coreografía, hay un cuerpo que resiste, que cae y vuelve a levantarse. En la EMA, la danza no se vive solo como espectáculo, sino como camino de vida, lleno de contradicciones: placer y presión, libertad y cansancio.
Trazos que buscan identidad
En el taller de artes plásticas no hay silencio, hay concentración. Las mesas están llenas de cuadernos rayados, témperas secas, trazos incompletos y manos manchadas. El caos no estorba: es parte del proceso.
Pablo Rincón, hoy profesor del área, conoció la EMA gracias a Fidel Jordán Castro, actual líder de plástica. Al principio, una norma lo dejó por fuera, pero esa experiencia fue la que marcó el inicio en el camino de la pedagogía:
“Quería estudiar acá, pero en esa época no me lo permitían por mi edad. Al año siguiente, como en el 2019, esa regla se cae y me permite entrar a estudiar. Desde entonces, la formación en plástica está abierta para todas las edades. Al entrar como estudiante, Fidel nota que puedo dar clases y empiezo mi proceso como docente. Esto se hace en la práctica. Soy como una guía para el estudiante: él me muestra su demostrativo, yo el mío, y así comparamos. Lo único que tengo de diferencia con el estudiante es la experiencia.

Durante la pandemia, mientras muchos espacios cerraban, otros como la EMA abrieron ventanas inesperadas. No solo continuaron los talleres, sino que también atrajeron nuevas miradas: hijas que acompañaban a sus madres a clase, jóvenes que descubrieron que el arte no necesitaba escenarios ni salones formales para florecer. Este fue el caso de Marcela, estudiante de artes plásticas y quien desde ese primer acercamiento, su historia personal se entrelazó con un sueño de infancia:
“Conocí la EMA gracias a mi madre en la época de pandemia. La acompañaba a sus clases y me hacían sentir cómoda, así que decidí entrar a estudiar ahí. Imagínate, una niña que en el colegio se ponía a dibujar en clase de matemáticas y decía ‘me gustaría aprender a ilustrar, a muralear, a grafitear’. Hoy estoy estudiando eso que soñaba,” comenta.
Para ella, la EMA no solo ha sido un espacio de formación técnica, sino también de crecimiento emocional: “Siempre te enriqueces mucho más al estudiar lo que amas y aprender a tomar lo bueno de cada persona para que te sirva a ti en un futuro.”
Al final del día, todos los lenguajes artísticos confluyen. En un solo espacio se mezclan bailarines, músicos, actores y dibujantes. Cada uno en su mundo, pero unidos por el mismo impulso de crear.La EMA no es solo un aula: es un territorio creativo donde el ensayo vale tanto como la función. Un lugar donde la expresión es cotidiana, donde cada error construye estilo, y cada gesto tiene una historia.