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DIOS SALVE A LA REINA

El deceso de la representante de la Mancomunidad de Naciones, significa, por un lado, la zozobra que depara al futuro sobre la independencia de los países que conforman la Corona y, determinará qué tan prolongada será la vigencia de esta monarquía en el presente siglo.

 (Foto de Victoria Jones – WPA Pool/Getty Images, 2019)

La reina Isabel II, a sus 27 años, ocupó el trono sucediendo el lugar de su padre Jorge VI, fallecido en 1952. La monarca fue protagonista de la primera coronación televisada y, en el pasado, fue una figura con respaldo militar debido a su papel desempeñado durante la Segunda Guerra Mundial, pues, a su vez, perteneció al Ejército Británico y, además, se convirtió en la gobernadora suprema de la Iglesia de Inglaterra, puesto que abarcó labores significativas de índole constitucional dentro de la Unidad Nacional de los Británicos, siendo oficialmente la representante de su Nación ante el mundo.

Cabe destacar que la Reina de Gran Bretaña lideraba la Mancomunidad de Naciones, compuesta por 14 países. En materia de relaciones internacionales, algunos de sus territorios se convirtieron en repúblicas tras proclamar su independencia, entre ellos Pakistán, Barbados y Sudáfrica. Pero, incluso, hay países fuera del Reino Unido que reconocen la autoridad de la Corona Británica, tales como: Australia, Jamaica, Canadá, Nueva Zelanda, entre otros.

En concordancia con la relación que tiene la monarquía con el poder político, es importante destacar que la Corona Británica no se trata de un poder absolutista, debido que existe la democracia parlamentaria en donde son elegidos Primeros Ministros junto con un gabinete de gobierno llamado miembros del Parlamento, quienes discuten las decisiones de índole constitucional, leyes y reglamentos como en cualquier país democrático, pues los monarcas ejercen un derecho netamente constitucional parcial, que consta solamente de facetas como advertir, incentivar y ser consultados, sin embargo, no tienen un poder real sobre las decisiones políticas efectuadas.

El motivo por el cual la monarquía prevalece, tiene una correlación con los medios de comunicación, en donde favorecen a la narrativa de orgullo y nacionalismo, en coherencia con el legado colonialista e imperialista que ha sido protagonista mediante distintas formas de violencia ejercidas en el pasado sobre los países más desfavorecidos, como son los genocidios y la explotación. Evocar al reconocimiento de la subsistencia de diferentes tipos de imperio monárquico es crucial para comprender su funcionamiento; en el caso de Reino Unido se utiliza para asegurar la unidad nacional y es un componente de continuidad de la tradición, pues romantiza y respalda ‘el cuento de hadas’ que compagina con los miembros de la familia real.

Así mismo, durante siete décadas, Isabel II dignificó el poder político, económico y social, transformando un imperio del medioevo y llevándolo al siglo XXI, oponiéndose al uso político contra ellos y resguardando su lugar con intervenciones serenas sobre los asuntos de interés mundial. Es recordada como una representación formidable por sus labores destacadas en actos sociales, preservación del ambiente y demás, pero más allá de los gestos de generosidad, afabilidad e indulgencia con la comunidad, existe una contrariedad respecto a su papel en la sociedad. La verdadera excentricidad representada en opulencia extraordinaria encarna más allá de la identidad, un insulso del interés británico por el poder político y lo que este representa.

Claramente los intentos por amparar a la monarquía le cuestan al bolsillo inglés. La negativa se encuentra en que predomina el despilfarro económico que significa para los contribuyentes alrededor de 410 millones de euros anuales. Es controversial el gasto del presupuesto público de la monarquía británica, en razón de que aumentó en un 17% más, es decir, 102,4 millones de libras esterlinas (124 millones de dólares), según el reporte anual del palacio sobre el Fondo Soberano. Cabe destacar que el fondo de ingresos es producto del patrimonio de la Corona por las propiedades en Gran Bretaña y otra entrada de dinero son el costo que pagan los turistas al visitar los palacios reales.

La justificación es tan grave por causa de que se atraviesa por un aumento exponencial en el costo de vida en ese país, no obstante, uno de los viajes financiados fue para el príncipe Guillermo, quien se dirigía al Caribe en búsqueda de impulsar los vínculos de la Mancomunidad de Naciones y allí se llevó a cabo una desestimación por este suceso, de parte de los ciudadanos originarios, que desencadenó en protestas y reclamaciones por la falta de reconocimiento y nula reparación de los sucesos históricos que golpearon a Jamaica por el esclavismo, personas que fueron traficadas por los colonos europeos.

(Foto de Ricardo Makyn / VanityFair, 2022)

Según la BBC News, cerca de 20% de los súbditos británicos de la Reina quieren deshacerse de la familia real. Esto, dados los peldaños conseguidos en materia de cambios sociales, en donde la popular casta sigue en pie gracias al imaginario colectivo de orgullo nacional, en el cual, la paradoja consiste en que la austeridad concuerda con la cómoda ostentación de la sociedad y se convierte en una posición admirable en razón de la autoridad hereditaria.

Lo que depara al panorama actual como consecuencia de la muerte de Isabel II y que tendrá que enfrentar el próximo monarca, es la crisis respecto al costo de vida en Inglaterra, es en contexto el costo energético aumentado en 80% como lo señala la OFGEM (The Office of Gas and Electricity Markets). Adicionalmente, la sucesión de Carlos III traerá consigo la falta de credibilidad y favorabilidad por los escándalos acontecidos en el pasado.

La legitimidad de la Reina y la imposición de llevar las riendas de su Nación junto con un sinnúmero de responsabilidades, obviaron a la idea de que la Corona tiene una significación de trascendencia a nivel geopolítico, donde aportó al desarrollo de la humanidad y la conformación de las sociedades actuales; sin embargo, hay que considerar también que es el legado de la usurpación de comunidades violentadas producto del desmantelamiento de las colonias británicas después de la II Guerra Mundial, hasta 1960. Por lo tanto, para que este imperio pudiera crecer, se tuvo que estropear y saquear el proceso de desarrollo que llevaban otras civilizaciones y quedará por siempre en la memoria colectiva y por supuesto, en la historia.

Que en paz descanse la figura de los ascendientes actores desalmados de la guerra, que homenajeaban fielmente los tributos de la muerte a cambio de arrasar con el patrimonio ajeno e imponer la riqueza como forma de vida, únicamente en su Nación y también, paz interminable para el desasosiego, producto del dolor de las naciones hermanas que sufrieron las peculiaridades de la violencia británica salvaje, que hasta el día de hoy prevalece pero de forma diferente, pues el objetivo histórico era convertirse en la mejor potencia y lo lograron, ahora son la sombra de la sangre del pretérito mísero y gozan decorosamente de lo que no son merecedores, pues se pasean por los castillos hechos con los brazos negros que merecían dignidad y respeto.

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